viernes, 31 de enero de 2014

¿DÓNDE ESTA MI RELOJ DESPERTADOR VIOLETA?


 
Desde su cama estrecha de cabecero y patas de forja, sujetaba la manta cubriéndose la cara hasta los ojos, mirando, asustada, el vibrar del enorme reloj despertador negro de cuernos redondos.
Que como cada día, con un estrepitoso ring le instaba a cumplir su eterna condena. Arrastrar los pies por un camino recto, gris y sin horizonte. Pero aquella tarde ¡oh! Mariposa. A la mañana siguiente,
aún dormida en su enorme cama de patas de madera y cabecero acolchado, un olor a lilas emanaba de su pequeño reloj despertador violeta que le invitaba a caminar por una senda maravillosa sin obstáculos.
Pero aquella tarde ¡ups! Piedra. Y Cayó al suelo. Por la mañana, desde su gigante y acolchada isla vacía se despertó preguntándose donde estaba su reloj despertador violeta. Pero aquella tarde ¡ups! Piedra.
Y aprendió a levantarse. La tercera mañana se despertó ansiosa por recorrer su camino contenta por encontrar Mariposa o, a lo mejor, Piedra. 
 
Fin.

miércoles, 22 de enero de 2014

EL OJO DEL VIENTO Y SULAYMÂN


Logré escabullirme con el diamante en mi poder. Tenía que llegar de inmediato a la calle azahar, antes de que se dieran cuenta. Corría sin descanso. Si seguía a ese ritmo llegaría en pocos minutos. Reconocí a uno de los hombres de Sulaymân. Mierda, ya están aquí. Tenía dos opciones seguir el recorrido de los alminares o atravesar por el zoco. Me decidí por el zoco. Estaría atestado de gente y me sería fácil hacerme invisible. Giré la primera calle y en el segundo cruce me tropecé con el primer tenderete. Se mezclaba el olor a sudor, con otros de especias, tés, y comidas rápidas. No quería mirar atrás. Si conseguían alcanzarme era una mujer muerta, o algo mucho peor. Jadeando del esfuerzo, avanzaba todo lo deprisa que me permitía el ir y venir de la gente. Me toqué la cartera que llevaba pegada al costado para ver que la piedra seguía en su lugar. Giré un momento la cabeza y pude ver que aún me seguían. Apreté el ritmo, atropellando a mi paso todo el que se ponía por delante. Llegué a una pequeña plaza. Tenía tres salidas, si tomaba la del suroeste apenas me quedarían quince metros para salir del barullo. Mis perseguidores ganaban terreno. Volví a tocarme el costado. Tenía que llegar, tenía que llegar, pensaba. Pero arrollé a un mendigo y se acortó la distancia que me separaba de la fatalidad. Casi sin aire, forcé un poco más. Alguien me agarro el tobillo desde abajo. Forcejeé intentando desasirme. Miré hacia el suelo, pero no veía de quien procedía la mano. Tiraron de mí y dejé de notar tierra bajo mis pies. Caí unos siete metros hacia abajo.
Había perdido el conocimiento por unos minutos y lo primero que hice fue llevarme la mano al costado y… ¡horror! ¡El diamante había desaparecido!
La piedra había pertenecido a los Adaditas. Llegó a mi familia, porque el patriarca del linaje de Bani Kolab agradeció que mi abuelo salvara la vida de su único hijo regalándole, su bien más preciado. El diamante con la talla más perfecta y precisa que se haya visto. Simula la forma del ovalo de un ojo, y si miras a través de él puedes ver un perpetuo remolino azul intenso. Por este motivo se conoce como El Ojo del Viento. Sulaymân quería apoderarse de el a toda costa. Pero no era su belleza ni su gran valor lo que ambicionaba. El Ojo del Viento tiene el poder de controlar las pasiones de los hombres y él lo sabía. Usaría su poder para encender la ira de los ciudadanos y hacer la revolución contra el nuevo gobernante. No podía permitir que Sulaymân se hiciera con él. Nunca debí pensar en venderla. Me vi metida en esa maraña y sin haber recibido una moneda. Me trasladé hasta la ciudad donde me sería más fácil vender el diamante y en cuanto lo puse en circulación para tasarlo me lo robaron aquellos malditos rufianes.
Me encontraba en una galería  muy oscura, solamente entraba un poco de luz por la rendija del techo de donde yo había caído. No entendía nada. En los planos que había memorizado de la ciudad no figuraba ningún pasadizo subterráneo en la zona del zoco. No sabía si había sido alguno de los hombres de Sulaymân quien me la había robado. En realidad podría haber sido cualquiera, lo que dificultaba la búsqueda. Después de unos minutos me había acostumbrado a la oscuridad y pude distinguir que la estancia estaba vacía y de ella partía una sola galería hacía el interior de la cueva. Pensé que el ladrón podría haber tomado ese camino, aunque podría ser una trampa. Quizá sería mejor salir al exterior. En el zoco se podía averiguar cualquier cosa si preguntabas a los tipos adecuados. Hice un reconocimiento visual buscando todas las opciones de salida que tenía. Miré hacia arriba. Demasiado alto para volver por donde había llegado, así que comencé a inspeccionar las paredes de roca con la esperanza de encontrar alguna otra trampilla y evitar la galería principal. Parecía que no había ningún otro agujero por donde colarme, así que decidí caminar hacia adelante. Al cabo de unos metros, pude distinguir claridad que provenía de unas antorchas que colgaban a los lados del recorrido. Seguía avanzando al encuentro de la luz y empecé a escuchar una música. Era un sonido muy alegre, pero sobre todo inapropiado o más bien inesperado diría yo. En un país como Egipto te imaginas una banda sonora de laudes y flautas. Y sin embargo el violín sonaba exultante. Alegre y vivaracho. Y aunque sola y casi a oscuras la encontrara inquietante y aterradora, me sentía atraída sin remedio por esa música. Pero me resistía a dejarme deleitar por ella. Quería mantenerme alerta con los cinco sentidos. Sin embargo y como si fuera una especie de preludio amoroso, me abandonaba a ella un paso y me resistía al siguiente y así todo el camino. Aunque me ganaba terreno el abandono a cada tramo un poco más. Y empecé a sentir que tenía que descubrir de donde procedía esa melodía. El lado racional que aún conservaba despierto, tenía presente en todo momento que podía estar en riesgo mi vida , pero aun así, acepté la situación y seguí avanzando a través de las galerías seducida por esa música tan especial.
Por fin después de un recodo la galería se abría a una gran sala atestada de gente. El suelo estaba ligeramente inclinado hacia abajo adquiriendo la forma de anfiteatro, de manera que podía ver lo que pasaba en toda la pieza. Seguí acercándome. Parecía que se celebraba una gran fiesta. Hombres, mujeres y niños se agolpaban en torno a una mujer bellísima que bailaba a su propio son. La bailarina movía su cuerpo como si hubiera perdido el esqueleto, giros y contornos imposibles para que sonaran los adornos que colgaban de las costuras de su falda. Se acercaba y alejaba mirando fijamente al círculo humano que rodeaba su espectáculo de danza. Ónices, profundos, pintados al estilo egipcio que parecían prometer una vida de sueños, de pasiones y agravios. Una vida de aventura continúa. Pero sobre todo una vida libre, muy libre.
Sentí una presión en el pecho, una presión ausente al peligro, me sentía por el contrario excitada, atraída por esa mujer. No me había pasado nunca antes. No sabía si era su mirada o aquella música, o quizá la danza, pero sentía como crecía en mí una inquietud, un desasosiego. Ávida por satisfacer mi deseo, me hice paso entre la gente, acercándome más y más con la mirada fija en aquella bailarina de negros bucles perfectos. No sabía que iba a hacer cuando llegara, pero surgía de mí una fuerza irrefrenable que me obligaba a seguir avanzando hacia ella. Había olvidado la promesa que había hecho a mi abuelo, el diamante, ni siquiera tenía consciencia de quien era. Un cuerpo dirigido por un instinto primario. Casi había alcanzado la primera fila cuando pude observar cómo se escapó un deseo de sus ojos, se paró un poco más de un instante delante de un espectador. Como si hubiese salido de un estado hipnótico, me paré en seco recobrando, la inhibición, más que el control de mis actos. Miré a aquel hombre y le desee también. Fui la bailarina y el espectador. Recordé sus vidas por un momento, y fue como si las hubiera vivido. Seguía parada entre la gente. Pero aquella música seguía sonando y sin saber cómo me descubrí caminando de nuevo hacia aquella bailarina. Y llegué hasta ella y me fundí en su danza y recorrí con ella el círculo humano, dando vueltas sobre mi misma, a mi propio compás y arropada por aquella maravillosa música de violines. Y entonces en uno de mis giros vi, al final, en lo alto, la figura de Sulaymân, llenando la sala con su presencia altiva y poderosa. Y volví a pararme un momento, pero aquella música seguía sonando y a pesar del pánico, triunfó la pasión y seguí bailando y girando, abandonándome y generando mis propios recuerdos. Entonces el anhelo de mi bailarina unió su torso a los nuestros y a continuación el circulo humano se deshizo hermanando cuerpos y pies con nuestro baile. Todo lo demás se ha borrado de mi mente. Al día siguiente amanecí en un parque. Y allí tumbada, aún con los ojos cerrados, recordé mi primer baile y se me antojó pensarme más persona, más humana y más libre.  Lo primero que vi al abrir los ojos fue un árbol y me supe a salvo. Y al tocar la tierra lo descubrí, El Ojo del Viento había vuelto a mis manos. Apreté los puños y cerré los ojos de nuevo. No recogí mis cosas, ni quise averiguar nada más, me embarque en el primer navío que salió del puerto y me marche de allí sin volver la mirada.  Nunca más supe de Sulaymân, ni supe quién me empujó a las galerías, ni que se celebraba en esa fiesta, ni siquiera como amanecí en aquel parque a la mañana siguiente. Lo único que sé es que ese día en las galerías, conocí el deseo en estado puro, sin atender a género ni condición, fui mujer y fui hombre, por vez primera un ente libre de las ataduras del cuerpo. Y así fue como recuperé el diamante de mi abuelo. Con mi pasión, de la única forma posible que se podía recuperar la joya con la talla más precisa y más perfecta del universo. La más hermosa que jamás se ha visto. Aquella que tiene el poder de controlar las pasiones de los hombres. El Ojo del viento.
 
Fin.