domingo, 6 de octubre de 2013

Lola y la ramita de Perejil


Un intenso olor a magdalenas recién hechas salía del horno de la cocina. Una bandeja repleta de ellas en una encimera de mármol, frente a una ventana de doble hoja que daba al jardín. Y al otro lado del horno estaba el fregadero, donde vive Lola.

- Mummmm, magdalenas… - dijo Lola que le llegaba el olor a su casa de debajo del fregadero, donde llevaba viviendo feliz todo el verano. A pesar de la oposición de Doña Úrsula, su madre, recalcitrante defensora de la vida en familia.

- Vivir sola, vivir sola, menuda tontería. - No paraba de repetirle Doña Úrsula. -Será que te falta algo, vamos, vamos, que empeño en meterte en un agujerucho.

Pero Lola era muy tozuda y no había parado hasta dar con el agujero perfecto. Y cuando lo encontró se mudó de inmediato.

Desde que vivía sola, Lola sentía que se había hecho una hormiga adulta y estaba encantada de hacer su propio aprovisionamiento de comida para pasar el invierno. En realidad, estaba resultando bastante fácil, ser una hormiga doméstica tenía grandes ventajas porque encontraba los mejores manjares a tan sólo unos pasos del hormiguero. Cuando vivía con sus padres, en el jardín, podían pasar horas hasta topar con algo decente. Esa mañana por ejemplo, nada más asomar la cabeza debajo de la puerta del armario, dos trozos de las esponjosas y exquisitas magdalenas que había preparado el Sr. García.

Se pasaba los días canturreando, recorriendo las baldosas de loza rojiza de la cocina, buscaba en cada rincón. Recogía y recogía y almacenaba y almacenaba. Y así iba pasando el verano.

- Clon, clon, clon

Una mañana, Lola aún en la cama, se despertó con este sonido. Se preguntaba que podría hacer tanto ruido. Dio un salto y fue hacía la puerta para intentar descubrir que lo provocaba.

- Maldita sea! – Gritó empapada, al salir por la puerta.

La tubería del fregadero tenía una gotera. Y una gota de agua caía sin parar justo delante de su puerta. Chocaba con la superficie de la base metálica del armario y hacía un ruido horrible.

Según iba pasando la jornada, más molesta estaba Lola con la dichosa gotera. Llevaba todo el día mojada y el ruido le estaba volviendo loca. Aunque estaba muy ocupada terminando de llenar la despensa para el invierno. Quedaban pocos días de calor y no había tiempo que perder.

Lola se preguntaba si tendría que soportar el dichoso ruido durante todo el invierno. Tenía que hacer algo al respecto. De momento lo más urgente era poner un tejado para no mojarse, pero el ruido, como iba a solucionar aquel ruido espantoso. ¿Y le daría tiempo a poner un tejado? Desde luego era demasiado tarde para cambiar su hormiguero de sitio, ya tenía la alhacena casi llena y no le daría tiempo a trasladar todas sus provisiones antes de que llegara el frio. El ruido no iba a dejarle dormir ni una sola noche. No paraba de darle vueltas al asunto pero no daba con ninguna solución. Y desde luego a lo que no estaba dispuesta era a volver a casa de sus padres. Eso sí que no.

Después de 3 días, Lola estaba al borde de la desesperación. No había encontrado nada con que fabricar un tejado y se pasaba el día empapada. Caminaba cabizbaja arrastrando las patitas por toda la cocina. En esta ocasión había encontrado una ramita de perejil y se dispuso a llevarla a casa.

Lola pasó sin problemas el rabito de la rama de perejil por el agujero de su hormiguero, pero por más que tiraba no era capaz de hacer pasar las hojas al interior. Se quedaban atascadas en la entrada y no había manera. Lola tiraba y tiraba, estuvo tirando de la ramita durante horas. Estaba jadeando y sudando del esfuerzo. También intentó salir y tratar de empujar las hojas desde fuera pero no cabían por el agujero. Lola agotada se dejó caer al suelo rendida de tanto intentarlo y se puso a llorar de rabia.

Lloraba y lloraba, solo se escuchaba su llanto, Entonces paró un momento, notó algo raro. Y es que cuando dejó de llorar había silencio, ¡no podía escuchar nada! Corriendo salió fuera y pudo comprobar que la gota de agua caía encima de la hoja de perejil y había dejado de hacer un ruido. Las hojas de perejil servían de tejado y además ¡no se mojaba!

Lola empezó a cantar y dar vueltas de felicidad, se había solucionado su problema y gracias a su tejado de perejil podría pasar un feliz invierno sin ruidos en su nueva casa.