jueves, 19 de diciembre de 2013

Alegoría

Nochebuena. Frente al espejo. Terminé de ajustarme el nudo de la corbata. Me puse la chaqueta y alise las solapas con las manos. Sonreí y pensé lo perfecto del momento. Me puse el abrigo, comprobé el bolsillo izquierdo y salí zumbando hacia el restaurante con el sentimiento continuo que me acompañaba los últimos meses del año desde hacía cinco años. Cuando decidí perpetrar mi particular alegoría a un mundo perfecto. El día de nochebuena tenía un misión, aniquilar a un ser a su imagen y semejanza, como para contrarrestar y mostrar mi gratitud a este maravilloso mundo que creó Dios nuestro señor. Bueno eso era al principio, después ya lo hacía ese día más bien por tradición. Porque tengo que reconocerlo, matar engancha. Dejar de matar es peor que desengancharse de la droga. Aunque para que no se me fuera de las manos mataba sólo una vez al año. Este año le había echado el ojo al hijo del alcalde y estaba excitadísimo. Era perfecto, con sus aires de grandeza y de vida ejemplar y estupenda. Siempre elegía ese tipo de perfiles, eran los que más me divertían. Y la escena cuanto más sanguinolenta mejor. Le esperaría en casa de su novia a la que dejaba fielmente antes de irse a casa. Pero primero había que cumplir con la cena de Nochebuena. Con motivo de las fiestas el menú estaba acordado de antemano y le tenía reservada a mi madre una sorpresa a los postres. Un dulce de cabello de ángel muy típico en la gastronomía venezolana. Fue a lo primero que le invitó mi padre cuando se conocieron en la embajada de Venezuela. Mamá lo adoraba. Y mi padre estaría presente en la cena de alguna manera. Llegué al restaurante y ya estaban mi madre y mi cuñado. A mi hermana le habían destinado a Shanghái para un proyecto con el Santander y como mi cuñado no tenía familia cenaba con nosotros. Llegó el camarero para tomarnos nota de las bebidas. Nos trajeron el primer plato.
—Os importa —pidió mi cuñado inclinando la cabeza, — Bondadoso Dios, bendice estos alimentos que con gratitud hemos de tomar, por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
—Querido, te he dicho un millón de veces que Dios eres tú.
—Si mamá
—No seas condescendiente que sabes que no lo soporto y además no cambia que Dios no existe.
—¡Como que no! Tiene que haber un responsable para la situación en Siria, las violaciones de la India, el hambre del tercer mundo, la explotación infantil, Angela Merkel… ¿verdad?
—Los hombres. Los hombres son los responsables —me respondió mi cuñado.
—Y tu Dios ¿de qué es responsable? Porque le tienes que dar gracias, por ser huérfano o por la leucemia que se llevó a mi nieta —sentenció mamá divertida.
—¿Podríamos cambiar de tema mamá?
—Traslada tu fe, querido.
El resto de la cena se celebró con normalidad. Hasta la llegada del postre. Mamá estaba muy emocionada, aunque no dijo ni palabra lo supe porque me miró de esa manera suya.
El cabello debía de ser de ángel, pero del ángel caído, porque cuando mamá estaba disfrutando de su postre favorito se atragantó. Conseguimos que expulsara el trozo del dulce pero el cuadro se complicó con un ataque de asma y tuvimos que ir directos al hospital. Este imprevisto entorpecía seriamente mis magníficos planes. Caminaba de un lado a otro en la sala espera, suplicando internamente que por fin pudieran dar el alta a mamá. Necesitaba salir de ese hospital. Tenía controlados los movimientos del “elegido” hasta cierta hora, pero podría cambiar de planes y volver a casa en cualquier momento. Pero nada no llegaba el dichoso alta. Por fin salió la enfermera y nos comunicó a mi cuñado y a mí que tendría que quedarse ingresada. Mamá se negó a que nos quedáramos a acompañarla así que nos fuimos a casa. Y aquí el verdadero problema. Mi cuñado me pidió que si no me importaba prefería dormir en mi casa porque no se sentía con fuerzas para estar solo en la suya después de haber estado en el hospital.Demasiados recuerdos.No hubo manera de negarse. Dejó el coche en el hospital y subimos en el mío hacia mi casa. Mi cuñado hablaba sin parar. No tengo ni la menor idea sobre que, lo único que recuerdo es que era constante. Empecé a sudar a pesar de que estábamos a cinco bajo cero y se me había estropeado la calefacción del mercedes. Mi cuñado continuaba con su serenata y yo pensando en cómo podía ingeniármelas para deshacerme de él y salir de casa sin que se diera cuenta. Pero al llegar a casa se le antojó tomar una copa. Empezó a hablarme de como echaba de menos a mi hermana. Resoplando me aparté el flequillo del pelo por enésima vez y miré el reloj. Demasiado tarde. Mis planes se habían ido al garete. Y no había manera de cerrarle la boca a mi cuñado. No me había quitado el abrigo, me toqué el bolsillo izquierdo y allí estaba el cutter. Lo saqué y empecé a jugar con el mecanismo, sacando y metiendo la hoja metálica. Mi cuñado seguía con el parloteo. Y de pronto hizo un silencio. Yo seguía jugando con el cutter. Tomo un sorbo de su gin tonic. La hoja metálica estaba fuera. Se sonrió.
—Tremenda tu madre con lo de Dios por cierto. Siempre con la misma cantinela.
Me levanté y le asesté una puñalada con el cutter y le rebané el cuello. Dio un chillido ahogado. El primer momento de autentico de placer de la noche. Sangraba como un cerdo en San Martín. Tenía la cara salpicada y un nuevo chorro me dio en los ojos. Me limpie la cara y contemplé como se desangraba poco a poco. Decididamente mi hermana va a estar mucho mejor. Lo peor vino después. Nunca antes había asesinado en casa. Me pasé el resto de la noche limpiando. Porque después de aquello estaba todo echo un poema. Menos mal que las paredes del salón eran de estuco y pude limpiarlas aunque no sin poco esfuerzo. Metí temporalmente a mi cuñado en una tinaja gigante que tenía en las bodegas. Ya amanecía cuando me metí en la cama satisfecho y feliz. Sonó el despertador y fui camino del hospital a ver a mamá.
—Buenos días querido. ¿Y tú cuñado? —preguntó extrañada.
—Uy mamá, ayer estaba muy muy raro. Yo creo que ha encontrado a Dios.


Fin.